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En el centro de la exposición “Emil Lime” de Esther Gatón, cuelga un barco de tamaño pure, suspendido por cables de alambre de un agujero en el techo_. _La escultura 2023, que comparte el título palindrómico de la muestra, consta de cañas de bambú atadas tejidas a través de un gran casco de steel cepillado y decoradas con pintura, purpurina, pegatinas y juguetes de animales de goma. Una franja Technicolor de “bioplástico vegano”, chamuscado con un encendedor y teñido con pigmentos naturales que evocan musgo, moho, líquenes y hongos, cuelga de la sección media como una vela mayor derribada y hecha jirones. Oculto en el techo, un pequeño motor hace que el barco se tambalee y se estremezca periódicamente, como si encallara.
El texto de la pared compara el movimiento del bote con el de un toro mecánico, una góndola o un péndulo; sin embargo, ninguno de estos coincide con el patetismo manso y chisporroteante del bote motorizado de Gatón. Su movimiento es más como el de una falla o un error de reproducción de video. Esa confusión deliberada de lo actual y lo digital se extiende a una serie de cuatro collages sin título (todos de 2022) colgados en las paredes circundantes. Estas pequeñas y caóticas composiciones mezclan y desdibujan materials fotográfico y renderizado digitalmente (instantáneas de la calle, imágenes internet con marcas de agua, fotos de trabajo en progreso del estudio de Gatón) para formar estudios primordiales de textura: vidrio reluciente, limo rezumante, magma en movimiento.
Con su toque pastel Mundo acuático estético, y las implicaciones concomitantes de un arca improvisada, “Emil Lime” se desplaza hacia una sensación de apocalipsis inminente. Pero hay una alegría y una curiosidad poco irónica en el trabajo de Gatón que parece empeñado en transformar la chatarra errante en una balsa salvavidas, por inservible o inadecuado que sea para la inundación.
— Ren Ebel
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